Era pequeña y mi única razón para llorar era que no me valían las botas de agua.
Dejaba un pequeño beso en la punta de goma rosa con purpurina y con impotencia veía como el cubo de basura las engullía, haciéndolas propias de alguna extraña manera.
Y yo lloraba lágrimas de inocencia.
Adiós a todos esos charcos que calaban hasta la tela de los vaqueros.
Adiós a los recuerdos.
Y hola a las botas de lluvia más feas del mundo.
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