Algo va mal.
Muy mal.
Cuando tu corazón dicta que hay más comprensión en la calle que en tu propia casa.
Cuando en el interior te sientes vigilado y arbitrado.
Cuando tú, eres tu punto de apoyo. Y te hundes.
Cuando no ves salida aparente.
Lo que encuentra salida con sorprendente facilidad, son las lágrimas disimuladas, las palmaditas en tu propio hombro y las simples palabras "estarás bien".
La presión es inmensa, e intensa, muy intensa.
Aunque nadie más la perciba.
Y, contaré un secreto a este, mi único confidente, mi interior.
Soy humana.
Y los humanos somos como el cristal.
Con cierta temperatura nos doblamos, nos deformamos, nos volvemos vulnerables.
La presión nos hace débiles y frágiles.
Me rompo.
Esa es la realidad.
Tengo grietas y marcas.
No.
No soy perfecta.
Aunque claro, como buen humano cristal, cuando hay visita, me limpio y me arreglo superficialmente.
Solo por el qué dirán.
Mientras los cristales roto llegan tan dentro y se clavan tan profundo que sangran.
Y la sangre, aunque sea de cristal, también llora.
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