jueves, 29 de septiembre de 2016

Cristal.

Algo va mal.
Muy mal.
Cuando tu corazón dicta que hay más comprensión en la calle que en tu propia casa.
Cuando en el interior te sientes vigilado y arbitrado.
Cuando tú, eres tu punto de apoyo. Y te hundes.
Cuando no ves salida aparente.
Lo que encuentra salida con sorprendente facilidad, son las lágrimas disimuladas, las palmaditas en tu propio hombro y las simples palabras "estarás bien".

La presión es inmensa, e intensa, muy intensa.
Aunque nadie más la perciba.

Y, contaré un secreto a este, mi único confidente, mi interior.

Soy humana.

Y los humanos somos como el cristal.
Con cierta temperatura nos doblamos, nos deformamos, nos volvemos vulnerables.
La presión nos hace débiles y frágiles.

Me rompo.
Esa es la realidad.
Tengo grietas y marcas.
No.
No soy perfecta.

Aunque claro, como buen humano cristal, cuando hay visita, me limpio y me arreglo superficialmente.

Solo por el qué dirán.

Mientras los cristales roto llegan tan dentro y se clavan tan profundo que sangran.

Y la sangre, aunque sea de cristal, también llora.

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